La Crisis Como Umbral: Hacia una Metamorfosis Comunitaria


Fecha: Miércoles 25 de Junio del 2025
Participantes/Fuentes: Alberto Gato, Álvaro Abitia, Carlos Cham, Oscar Memo Acosta, Pablo Ugalde, Pilar López, Balam, Mario Hego, Oscar Bañuelos, Mauricio Gómez.

Reflexiones del Happening Tantuyo sobre la Crisis Civilizatoria Mexicana

En tiempos donde todo parece tambalearse—lo político, lo ecológico, lo emocional, lo tecnológico, lo espiritual—convocamos, en un pequeño epicentro llamado Tantuyo, a un grupo de voces que portan historia, sensibilidad y agencia. ¿Qué está en crisis realmente? ¿Qué significa «la crisis» para quienes vivimos, pensamos y actuamos desde México?

Esta no fue una conversación más sobre el estado del mundo. Fue una búsqueda deliberada de convergencia entre perspectivas diversas—académicos, empresarios, activistas, agricultores, políticos—unidos por una intuición compartida: que la crisis que vivimos, lejos de ser solo destructiva, puede ser el umbral hacia una metamorfosis profunda de nuestra forma de ser y organizarnos como sociedad.

La palabra «crisis» en griego significa también «decisión». Ante la crisis, podemos decidir hundirnos o recomenzar. Lo que emergió de esa noche en Tantuyo fue precisamente eso: una decisión colectiva de mirar la crisis como oportunidad de creación, como energía en ebullición que puede dar forma a nuevas realidades.

El Corazón Roto del Tejido Social

«Sin los demás no somos,» declaró Alberto Gato, y esta afirmación resonó como la primera gran coincidencia del encuentro. El diagnóstico fue unánime: vivimos una crisis del nosotros. El tejido social está desgarrado. Las redes de confianza, afecto, trabajo colectivo y pertenencia se han erosionado a tal grado que predomina la desconfianza, el miedo, el sálvese quien pueda.

Esto no es casual. El capitalismo salvaje necesita individuos aislados, manipulables, sin vínculos. Como se expresó durante el diálogo: «El capitalismo funciona mejor cuando las personas están aisladas, porque son más manipulables. Mayor autonomía social, menos control del capital.» El sistema ha establecido «el egoísmo y la individualidad como premisas,» erosionando sistemáticamente los vínculos que nos constituyen como seres sociales.

El «tsunami» de la descomposición social no es una metáfora: es un deslizamiento lento pero constante hacia la soledad estructural, donde las comunidades se disuelven y las personas pierden la capacidad de actuar juntas. Sin comunidad no hay identidad, ni justicia, ni resistencia, ni vida digna. Ya no existe el «buenos días, vecino» o los niños jugando en las calles. Como expresó Carlos Cham: «Nos hemos vuelto un puñado de individuos cohabitando y deambulando por esta caótica ciudad.»

Esta descomposición se manifiesta en múltiples dimensiones de nuestra vida cotidiana. La desconfianza se ha vuelto generalizada—cada persona ve por sí misma y se pierde la idea de lo común. Se deja de cuidar lo que es de todos: la calle, el parque, la escuela, el agua, la tierra. El vandalismo cubre el territorio porque se pierde la noción de lo común. A falta de redes comunitarias, las personas se vuelven más vulnerables a dinámicas de violencia, narcotráfico o crimen organizado.

Crisis de Identidad: Cuando Olvidamos Nuestra Función Planetaria

«Perdimos nuestra función en el planeta,» expresó Balam, y esta afirmación captura una verdad que trasciende lo personal para volverse colectiva y planetaria. Los testimonios del encuentro revelaron una crisis de identidad profunda: no sabemos quiénes somos como personas, como país, como especie.

Este joven agricultor, que a los 14 años decidió abandonar la escuela tradicional para reconectarse con la tierra, lo expresó con una claridad sorprendente: «Los humanos hemos perdido nuestra identidad dentro de un planeta en el que habitamos. Cuando perdimos nuestra identidad y se nos olvidó nuestra función en el planeta, siento que es el origen de muchas, si no es que de casi todas las crisis.»

La cultura de consumo ha reemplazado los rituales comunitarios. El algoritmo ha sustituido la conversación. La marca personal ha suplantado al sentido colectivo. Como humanidad, hemos olvidado no solo nuestras raíces, sino nuestra misión en este planeta. Esta pérdida de función planetaria ha generado lo que podríamos llamar una desconexión ontológica: hemos olvidado qué significa ser humanos en relación con la vida misma.

La ruptura entre generaciones, la pérdida de sentido, la confusión existencial que produce el exceso de opciones y la falta de horizonte compartido nos ha desorientado profundamente. Como señaló Oscar Memo Acosta, citando a Barry Schwartz: «El exceso de posibilidades no nos ha liberado, sino que nos ha paralizado.» Hoy sufrimos una pérdida de propósito colectivo, una parálisis social disfrazada de libertad individual.

Somos Nosotros el Meteorito

«Somos nosotros el meteorito,» declaró Oscar Memo Acosta con una claridad estremecedora. La humanidad enfrenta lo que algunos llaman la metacrisis o policrisis: un entrelazamiento de amenazas que juntas constituyen una crisis civilizatoria. Desde lo ambiental hasta lo nuclear, desde la inteligencia artificial mal encauzada hasta la salud global, nos enfrentamos a una tormenta perfecta de amenazas interconectadas.

Mario citó la Paradoja de Fermi durante el encuentro: quizás otras civilizaciones no sobrevivieron a su propio poder. Como se expresó en el diálogo: «Tenemos cerebros paleolíticos, instituciones medievales, al mismo tiempo que tenemos poderes casi semidioses.» El riesgo es real: autodestruirnos antes de aprender a gobernarnos.

Las dimensiones de esta crisis son múltiples: la amenaza de guerra nuclear, incluso en escalas regionales que podrían desestabilizar al mundo entero; el colapso ecológico que va más allá del cambio climático para incluir la pérdida de biodiversidad, la acidificación oceánica y la desertificación; el mal uso de la inteligencia artificial y la biotecnología, capaces de poner en manos individuales poderes antes reservados a estados y laboratorios; y la posibilidad de pandemias diseñadas o amplificadas artificialmente.

En el contexto mexicano, el crimen organizado se ha imbricado en la cotidianidad, actuando como «Estado paralelo,» «gobierno, mercado, startup y monstruo asesino» que mata y desaparece personas solo por dinero. Mientras tanto, la sociedad ha normalizado la violencia con narrativas como «se matan entre ellos» o «seguro andaba en malos pasos.»

Viviendo en un Mundo BANI

«Tenemos más herramientas que nunca, pero menos capacidad de organizarnos,» expresó Oscar Memo con precisión quirúrgica. El exceso de información, la pérdida de referentes, la inmediatez y el cinismo han erosionado nuestras posibilidades de pensar críticamente, actuar colectivamente y soñar a largo plazo.

Carlos Cham lo definió con precisión: vivimos en un mundo BANI—frágil, ansioso, no lineal e incomprensible—donde «se vuelve aún más complejo su análisis, en el cual el tsunami de información resulta incierta y poco fiable, pero sobre todo, un mundo donde es mucho más complicado habitar.»

Como señaló Pablo Ugalde, la desinformación es cíclica—»Humberto Eco escribía de eso hace 40 años»—pero ahora vivimos una situación particular: «curar la información es más importante que buscarla.» Nos encontramos en un problema de desinformación «al estilo de los tiempos que estamos viviendo.»

El mayor reto identificado no es tecnológico o material, sino profundamente humano: «el unirse, el coordinarse, el articularse.» Como expresó Oscar Bañuelos: «Entre más humanos tengan el propósito compartido más posible se puede realizar, pero ahí donde veo el reto más grande de la humanidad… lo veo más imposible que cualquier reto de humanidad.»

El Hambre de Propósito y la Posibilidad del Reencuentro

Sin embargo, es justamente en este contexto de crisis donde emergen espacios de sentido. «El ser humano desea pertenecer a algo más grande que él,» observó Oscar Bañuelos, y esta afirmación captura una verdad fundamental que emergió del encuentro. Lo que este happening dejó claro es que hay hambre de propósito. Sed de comunidad. Ganas de quedarse y construir, no de huir.

Existe una «hambre» de propósito en las nuevas generaciones y la necesidad de proyectos que devuelvan el deseo de pertenecer y construir. Como se expresó: «Hay una parte que te da propósito de pertenecer a algo… como un hormiguero.» Esta observación resulta crucial: en medio de la fragmentación, persiste el impulso humano fundamental hacia la comunidad y el sentido compartido.

Siguiendo a Edgar Morin, la crisis es una «oportunidad para la metamorfosis.» Como expresó Pilar López, la crisis es «un punto de inflexión que desvela las tensiones ocultas en la estructura de nuestras sociedades… un umbral en el que las certezas se suspenden y se nos obliga a repensar el sentido de nuestras acciones.» Balam compartió esta visión transformadora: «Siento que las crisis son una oportunidad para crear algo nuevo… es una oportunidad muy grande para construir.»

Es en este contexto donde emergen espacios como Tantuyo: no como solución mágica, sino como microecosistemas de sentido, donde lo cultural, lo espiritual, lo ecológico y lo político se encuentran. Como celebró Carlos Cham: este es un espacio «físico y pensante, donde se busca aportar algo a la sociedad, donde la convivencia presencial permite el intento comunitario de salir de aquella caverna pensada por Platón.»

Semillas de Otra Lógica

Las propuestas que emergieron del encuentro son semillas de otra lógica, ejemplos concretos de cómo la revolución molecular puede tomar forma. Pablo Ugalde ejemplificó esta posibilidad con la crisis hídrica del Lago de Chapala: «Desde un centro cultural como Tantuyo, podemos hacer más cosas que observar. Captar agua de lluvia… Construir huertos que enseñen a cuidar lo que se cultiva. Talleres vecinales sobre ahorro… No como discurso, sino como ejemplo. Como práctica.»

La respuesta no está en cambios macro-estructurales imposibles, sino en lo que Deleuze y Guattari llamaron «revolución molecular»: transformaciones silenciosas, pequeñas, pero con potencial de reconfigurar todo. La experiencia de Balam ilustra perfectamente esta posibilidad: su crisis de identidad adolescente se convirtió en una búsqueda de lo básico para la vida humana—comida, techo, interacción comunitaria. Su dedicación actual a la agricultura regenerativa representa una forma concreta de resistencia y esperanza.

Álvaro Abitia propuso transformaciones estructurales que van desde lo local hacia lo sistémico: ingreso único universal inteligente para población económicamente activa; replanteamiento social de los modelos de transmisión y generación del conocimiento; reorganización pública de la salud, la educación y la vivienda; derivación porcentual de comisiones e intereses bancarios a fondos de pensiones nacionales.

La propuesta va más allá de reformas: se trata de crear laboratorios vivos donde se experimente con nuevas formas de vida comunitaria, como el proyecto de la Hacienda de San Isidro Mazatepec, donde confluyen «escuelas, sociedad, empresarios y campesinos en una resiliencia» colaborativa.

Tantuyo: Arma de Construcción Masiva

«Ya viene la ola… y nos va a alcanzar,» advirtió Oscar Bañuelos, pero inmediatamente agregó la clave transformadora: «Tu espacio es la conspiración de una solución para un campo de formación. Aquí tienes armas de construcción masiva… en cada momento que crear esas conexiones entre nosotros.»

Tantuyo no es solo un centro cultural. Es una posibilidad. Un campo simbólico donde podemos reconocernos, compartir nuestras crisis y, sobre todo, diseñar desde ellas. No se trata de acabar con todas las crisis, sino de transformarlas en oportunidad. Como expresó Pilar López, se trata de una «convocatoria ética a reimaginar el mundo desde nuestras trincheras cotidianas.»

El espacio funciona como lo que Oscar Bañuelos llamó una «conspiración de una solución,» con «armas de construcción masiva» que crean conexiones entre personas. Desde Tantuyo se pueden implementar prácticas concretas como captación de agua de lluvia, huertos comunitarios, talleres vecinales—»no como discurso, sino como ejemplo, como práctica.»

Existe una oportunidad única de convertir este espacio en una incubadora de propósito, donde las nuevas generaciones puedan «prototipar» nuevas formas de vida y pertenencia, como sugirió Mario. La propuesta trasciende las actividades culturales para crear un espacio donde «convertirnos en comunidad significa compartir nuestras reflexiones, nuestros pensamientos, pero también compartir parte de lo que somos.»

Una Nueva Política del Nosotros

Para enfrentar la crisis de articulación humana, se identificaron elementos esenciales que deben guiar cualquier intento de reconstrucción comunitaria. «Se necesita empatía,» expresó Oscar Bañuelos, «se necesita apertura, se necesita transparencia.» Estos no son solo valores abstractos, sino herramientas concretas para la coordinación humana en tiempos de incertidumbre.

El happening no buscaba respuestas absolutas, sino hacerse las preguntas correctas—aquellas que pueden abrir nuevos caminos: ¿Qué narrativas nuevas pueden devolvernos el deseo de participar en la historia? ¿Qué tipo de coordinación necesitamos para no sacrificar más vidas? ¿Qué significa organizarnos más allá del miedo y desde el propósito compartido? ¿Cómo redibujar lo político, lo espiritual y lo humano desde la vida misma?

La visión compartida que emergió es ambiciosa pero necesaria: imaginar no solo un país viable, sino un México en el top 3 mundial en bienestar, dignidad y posibilidad. «Suena a locura, pero también sonaba así volar antes de que existieran aviones.» Como expresó Oscar Memo: «En México necesitamos más proyectos que nos devuelvan el deseo de pertenecer, de construir, de quedarnos y no huir.»

Se trata de revolucionar sin balas, sino con vínculos. Una nueva política del nosotros que emerge desde lo local pero que aspira a transformaciones profundas de nuestras formas de organización social.

Un Primer Mapa Hacia la Metamorfosis

Este documento no es una conclusión, sino una convergencia: un legado que recoge lo sembrado esa noche y lo proyecta hacia nuevas conversaciones, nuevas comunidades, nuevos caminos. El happening de Tantuyo demostró que la crisis, lejos de paralizarnos, puede ser el momento de mayor creatividad y transformación.

La clave está en reconocer que «toda innovación verdaderamente significativa nace en los márgenes, en los momentos de quiebre, y se alimenta de la voluntad colectiva de transformar lo imposible en una nueva posibilidad.» Como expresó uno de los participantes: «Cambiar el mundo puede ser difícil. Pero cambiar lo que representamos para alguien, eso es posible. Y por ahí empieza todo.»

La crisis de identidad planetaria que nos aqueja solo puede resolverse recuperando nuestra función como seres humanos en comunidad. Esto requiere una revolución molecular que comience en espacios como Tantuyo—laboratorios donde redescubramos que nuestro cerebro está estructurado para socializar, que la identidad individual se forma en relación con los demás, y que sin comunidad no accederíamos a la riqueza de la cultura humana.

El tsunami de la descomposición social puede transformarse en una ola de regeneración comunitaria. La pregunta no es si esto es posible, sino si tenemos la voluntad de convertirnos en los ancestros que las futuras generaciones necesitan que seamos hoy.

En palabras finales del encuentro: reconocer la crisis «como espejo, como energía en ebullición, como oportunidad de creación» es donde reside nuestra verdadera posibilidad de metamorfosis. La crisis no es el fin—es el umbral hacia una nueva forma de ser humanos en el planeta. Y ese umbral comienza aquí, en espacios como Tantuyo, donde la conversación se vuelve convivencia, la convivencia se vuelve comunidad, y la comunidad se vuelve semilla de una civilización regenerativa.

Este es nuestro primer mapa. Un intento de plasmar no solo lo que dijimos, sino lo que estamos por construir. La metamorfosis ya comenzó.

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