Vivir fuera de México te abre los ojos. Allá, en Estados Unidos, las calles son amplias, las banquetas están limpias, el transporte es seguro y ordenado. Eso da bienestar, sin duda. Pero también revela un vacío: la ausencia de algo que aquí en México sigue latiendo con fuerza. Ese algo se llama familia, comunidad, propósito compartido.
En mi conversación con el chofer de Uber coincidimos en esto. Él también había vivido en Los Ángeles, y como yo, volvió. No porque todo fuera malo allá, sino porque allá faltaba lo que aquí sobra cuando sabemos verlo: el valor de estar unidos, el sentido de comunidad, la conversación con los hijos, el calor de sentir que nuestro país nos necesita. Ese es un capital humano y cultural que muchos países ya están perdiendo.
Pero aquí está el reto: México no puede sostenerse solo en su calor humano mientras sus estructuras siguen corrompidas. Morena, como los partidos de antes, ha jugado con las reglas sin cambiarlas de raíz. Y si solo cambiamos las manos que se llevan el botín, el juego sigue siendo el mismo. Lo que necesitamos es rediseñar el juego: crear estructuras que den ganas de jugar porque son justas, porque distribuyen propósito, porque invitan a creer que hay salida.
Un México propositivista empieza cuando entendemos que robarle al país no es solo cosa de políticos. Es también tirar basura, dar mordidas, aceptar la impunidad, cortar un árbol por conveniencia. Son gestos pequeños, pero acumulados hacen tanto daño como los millones desviados de una licitación. El verdadero cambio no requiere transformar de golpe a toda la sociedad: basta con que el 1% de los mexicanos se atreva a vivir distinto, a encarnar con valentía ese México justo, limpio y solidario. Ese ejemplo se contagia.
El débil dirá que nunca es posible. El miedoso creerá que es inalcanzable. Pero el valiente —el verdadero patriota— es aquel que afirma: sí vale la pena luchar, sí hay sentido de vida en haber nacido en este país. Ese es el patriotismo que necesitamos: no el que se queda en discursos, sino el que se demuestra en actos cotidianos de congruencia, dignidad y propósito.
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