El Futuro del Gobierno son los Proyectos Sociales Presenciales

«La distancia entre la utopía y la realidad se mide en presencia.»

La revolución de lo cotidiano

El cambio no vendrá desde las cúpulas, ni de teorías abstractas. Vendrá desde la presencia; desde aquellos proyectos que se viven y se encarnan en las calles, en los barrios, en las comunidades. Porque la legitimidad nace de lo que transforma la vida cotidiana, no de las promesas discursivas.

Hannah Arendt nos enseñó que la política verdadera emerge en el entre-nos, ese espacio público donde los ciudadanos aparecen mediante palabras y actos. Los proyectos sociales son presenciales por naturaleza: existen cuando tocan vidas, resuelven problemas reales y construyen vínculos concretos. Son nuevos templos donde se ensaya el porvenir. No requieren del permiso del Estado para existir; necesitan propósito, comunidad y valentía.

De Gobierno a Reconfiguración: La dialéctica del poder

No se trata simplemente de tomar el gobierno. Quizá lo más audaz sea reconocer que podemos vivir sin él, tal como lo conocemos. Eso incomoda: imaginar que podemos inventar otras formas de organización más justas, humanas, transparentes y coherentes con nuestras realidades.

Desde una dialéctica inspirada en Hegel y actualizada por Paulo Freire, el gobierno debe concebirse como un gran proyecto social en constante transformación. No es una entidad estática ni una mera estructura de poder, sino un proceso dinámico e histórico, cargado de contradicciones. La tesis del Estado vertical choca con la antítesis de la autonomía comunitaria, y de esa tensión emerge una síntesis: ecosistemas de gobernanza distribuida.

Como demostró Murray Bookchin con su ecología social, las jerarquías no son naturales, sino construidas. Y lo que se construye, puede deconstruirse. Cada Tantuyo en México, cada experiencia zapatista en Chiapas, cada cooperativa de Mondragón, cada comunidad de software libre, cada asamblea vecinal en Barcelona, demuestra que otras formas de organización no solo son posibles, sino que ya existen.

La presencialidad como praxis revolucionaria

Ser presencial hoy es revolucionario. Es resistir al simulacro descrito por Baudrillard, al algoritmo que decide por nosotros, a la desconexión disfrazada de conectividad. Es mirarnos, escucharnos, fallar juntos, construir con las manos.

En la presencialidad se conspira —y aquí la etimología nos ilumina: con-spirare, respirar juntos. Compartimos el mismo aire, la misma ciudad, los mismos atardeceres. Lo que más nos une a nuestra ciudad natal es su naturalidad en nosotros mismos, su valor en la cercanía familiar, en el bienestar compartido.

Como la paloma que nace con el propósito grabado de regresar a su origen, nosotros también somos atraídos por los propósitos de nuestra cultura y la presencialidad vivida que nos dio naturalidad. Tal como la planta vive naturalmente del sol, el ser humano es espectador y actor de su naturaleza dada al nacer.

Debemos entender la presencialidad no solo como cercanía física, sino como la convivencialidad descrita por Ivan Illich: la capacidad de proveer herramientas que permitan la realización personal en interdependencia creativa con otros. Es convivir con la diferencia sin querer borrarla, porque las diferencias no nos dividen: revelan el mapa del camino común.

La conspiración presencial es más que política: es ontológica. Cuando respiramos el mismo aire viciado de injusticia, cuando caminamos las mismas calles rotas, cuando sufrimos las mismas carencias, forjamos una complicidad existencial que ningún algoritmo puede replicar. En ese sentido, conspirar es recuperar nuestra condición de seres arraigados.

Sherry Turkle documenta una gran paradoja: mientras más conectados digitalmente, más desconectados estamos de la experiencia colectiva real. Tememos imaginar estructuras diferentes al gobierno tradicional, autogestionarnos y dejar atrás el paternalismo institucional.

Laboratorios del futuro: La metodología del cambio

Dejemos la teoría para vivir el propósito.

Ser sociales presenciales implica encarnar proyectos, cultivarlos y sembrarlos como semillas de un nuevo tejido social. Necesitamos crear ecosistemas semilla, burbujas autónomas para probar, perfeccionar y replicar nuevas estructuras.

La metodología es clara:

  1. Identificar necesidades locales concretas (vivienda, alimentación, educación, cultura)
  2. Formar células de acción (5-15 personas comprometidas)
  3. Prototipar soluciones sin esperar permisos
  4. Documentar y compartir aprendizajes
  5. Replicar y escalar modelos exitosos
  6. Conectar en red con otros proyectos similares

Como en cada misión del videojuego Zelda, debemos conquistar retos sociales para avanzar como civilización. Cada comunidad organizada, cada colectivo que resuelve problemas con justicia y empatía, es un paso hacia una sociedad más humana.

La política de la escucha: Democracia radical

No lo lograremos sin escucharnos. Como propone Chantal Mouffe en su teoría de democracia radical, nuestras diferencias no son obstáculos, sino condición misma de la política. Son brújulas de múltiples caminos posibles. Lo que nos une no es la uniformidad, sino el propósito compartido.

Emmanuel Levinas recuerda que la ética comienza con el rostro del otro. Los proyectos sociales presenciales son espacios de encuentro transformador. No son think tanks ni ONGs tradicionales; son comunidades de práctica donde teoría y acción se funden en experiencia.

El horizonte: Confederaciones de autonomía

El futuro del gobierno no está escrito en constituciones ni dictado por élites, sino naciendo en proyectos sociales vividos. Imaginemos:

  • Confederaciones de barrios autogestionados resolviendo sus problemas sin esperar al municipio.
  • Redes de economía solidaria creando monedas locales y sistemas de intercambio.
  • Asambleas híbridas digitales-presenciales tomando decisiones vinculantes.
  • Universidades populares emergiendo de necesidades comunitarias.
  • Consejos de sabios locales mediando conflictos sin tribunales.

El futuro es presencial, colectivo y propositivo.

Comienza ahora, no con revolución violenta, sino con lo que el Subcomandante Marcos llamó «un mundo donde quepan muchos mundos». Un mundo que construimos cada día, con nuestras manos, en nuestros barrios, con nuestra gente. Un mundo donde conspirar vuelve a significar respirar juntos, donde la política es natural como compartir aire.

«Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.» Ese camino se anda mejor acompañado, presente, vivo, respirando con quienes comparten nuestro destino geográfico y existencial.

El gobierno del futuro no se decreta. Se vive.

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