Ayer, en la posada de la empresa, un colaborador me dijo que tenía que irse temprano. Vive en Tesistán. Le pregunté, casi sin pensar: “¿Y por qué tan lejos?” Su mirada me detuvo en seco. “Pues allá es donde vivo”, respondió. Como si fuera obvio. Como si vivir no fuera una elección, sino una circunstancia dada.
Me tomó unos segundos recalibrar. Yo había asumido elección donde había estructura. Había preguntado desde el privilegio de quien puede elegir cercanía. Él vive a un lado de Tantuyo, el centro cultural que fundé. Yo, literalmente, trabajo donde vivo. Esa posibilidad —vivir cerca del trabajo, o mejor aún, en tu mismo trabajo— es un privilegio que no deberíamos romantizar como meta universal, pero tampoco podemos ignorar como marcador de desigualdad estructural.
Y entonces vi algo en mi cabeza. No un tren. Algo mejor.
La religión del riel (y por qué deberíamos dudar)
Cada vez que hablamos de transporte público en México, alguien menciona trenes. Trenes de alta velocidad. Trenes interurbanos. Trenes como solución mágica a todo. Como si una tecnología nacida en el siglo XIX aún pudiera ser, por sí sola, la columna vertebral del siglo XXI.
No me malinterpreten: los trenes funcionan. En Japón, en Europa, en corredores de altísima densidad donde millones de personas van del mismo punto A al mismo punto B todos los días. Son eficientes en lo que hacen. Pero funcionan a pesar de sus limitaciones estructurales, no porque carezcan de ellas.
Un tren no se puede desacoplar del sistema. No puede salirse de su ruta. No llega a tu casa ni espera tu horario. No se adapta con facilidad a cargas diversas. Requiere infraestructura rígida extraordinariamente costosa: rieles, catenarias, estaciones monumentales, talleres especializados. Y, sobre todo, requiere masa crítica: economías de escala que solo existen en corredores densos.
¿Qué pasa con quien vive en Tesistán? ¿O en Tequila? ¿O en los miles de pueblos de México que nunca tendrán la densidad para justificar una estación de tren?
La lógica implícita del tren como solución universal es clara: hay territorios que simplemente no cuentan.
China ya vio el futuro (y no es lo que crees)
Aquí viene la ironía deliciosa: mientras el mundo celebra los trenes bala chinos, China ya está piloteando algo más radical.
En 2023, la empresa CRRC (la misma que fabrica trenes) lanzó los ART (Autonomous Rapid Transit): autobuses articulados que siguen líneas virtuales pintadas en el asfalto. No rieles. No catenarias. Solo visión artificial, sensores y carriles dedicados en carreteras existentes. https://en.wikipedia.org/wiki/Autonomous_Rail_Rapid_Transit
¿Por qué? Porque China entendió que la flexibilidad vale más que la eficiencia marginal. Un ART cuesta alrededor de una quinta parte de lo que cuesta un tren ligero. Se puede redirigir en semanas, no en años. Puede bifurcarse, agregarse o quitarse vagones según demanda. Y puede llegar a ciudades de 200,000 habitantes donde un tren nunca será viable.
Pero incluso eso es solo el principio. China está sentando las bases de algo mucho más ambicioso: redes de autopistas con carriles dedicados para vehículos autónomos, con carga inalámbrica embebida en puntos estratégicos, con balizaje que permite que cualquier vehículo certificado opere a velocidades superiores a 200 km/h con seguridad.
No están construyendo más rieles. Están construyendo micelios de asfalto inteligente.
Y nosotros seguimos soñando con trenes.
Los números que nadie quiere ver
Hablemos de Guadalajara. De Mi Macro Periférico, específicamente.
Inversión inicial: 15,900 millones de pesos. (Dato obtenido de Gemini, faltaría validar con más precisión)
Capacidad: 325,000 pasajeros diarios.
Flexibilidad: cero. Es una línea fija que no se puede redirigir.
Ahora consideremos un escenario alternativo: con esos mismos 15,900 millones, podríamos adquirir 7,950 unidades autónomas tipo combi de 10 pasajeros, a 2 millones cada una (Dato aproximado considerando que son creados por una organización SPC*)
En modelos de simulación con rutas dinámicas optimizadas por IA según demanda real, una red de este tamaño, operando en múltiples turnos, podría teóricamente mover más de 1.5 millones de personas al día. Esto sin considerar la flexibilidad adicional de redistribuir unidades según eventos, patrones estacionales o crecimiento urbano. Estaríamos hablando de hasta 4.6 veces más capacidad que Mi Macro Periférico. Con la misma inversión. Sin rieles permanentes. Sin estaciones monumentales. Con capacidad de adaptación orgánica a la ciudad viva que cambia constantemente.
¿Y qué estamos planeando en Guadalajara? Túneles multimillonarios debajo de López Mateos. Más infraestructura rígida del siglo XX mientras otras ciudades del mundo avanzan hacia sistemas adaptativos.
No es que no tengamos recursos. Es que los estamos invirtiendo en el pasado.
Imagina un México interconectado (de verdad)
Cierra los ojos. Imagina esto:
Morelia, Michoacán, como nuevo centro. No el D.F. colonial heredado de la Conquista, sino un nodo en el corazón del país. Un eje distribuidor central con decenas de radios que salen, como los rayos de una rueda, hacia todo México.
Cada radio sería una autopista de nueva generación, con carriles autónomos balizados para visión artificial, carga inalámbrica en puntos estratégicos, velocidades de hasta 250 km/h para vehículos certificados y un periférico exterior que une todos los radios en alta velocidad, como la llanta que conecta los rayos de esa rueda.
Y aquí está lo que casi nadie está imaginando: cada ciudad conectada a ese sistema tendría su propio mini-estrellado. De esas ciudades saldrían venas más pequeñas hacia pueblos. Y de esos pueblos, caminos rurales accesibles con vehículos eléctricos ligeros que no dañan el ecosistema pero llegan hasta el último rincón habitable del país.
Es micelio. Es red neuronal. Es organismo vivo.
No es que Tesistán esté “lejos”. Es que nunca hemos construido la infraestructura que hace que la distancia deje de ser destino.
La democracia del asfalto inteligente
Y aquí está lo que ningún tren puede ofrecer: este modelo no discrimina contra vehículos privados.
Un tren te obliga a abandonar tu auto, caminar a una estación, esperar, subirte a un vagón genérico, bajarte en otra estación y volver a buscar cómo llegar a tu destino final. Es un sistema que penaliza la autonomía individual por diseño.
Los carriles autónomos que imagino funcionan distinto. Si posees un BYD, un Tesla, o cualquier vehículo que desarrolle la tecnología requerida y obtenga las certificaciones que México defina en materia de acoplamiento y seguridad para pistas de alta velocidad, simplemente te integras al sistema.
Tu vehículo privado se convierte en parte del flujo colectivo. No hay discriminación entre transporte público y privado: solo estándares técnicos compartidos de seguridad.
Pero aquí está la clave ética: la infraestructura debe garantizar que nadie quede excluido del sistema por no poseer vehículo propio. Las SPC —Sociedades de Propósito Colectivo— operarían flotas de acceso universal, mientras los vehículos privados certificados compartirían los mismos carriles. No se trata de que todos tengan auto, sino de que nadie quede fuera de la movilidad digna.
Imagina las implicaciones: sales de Guadalajara rumbo a Monterrey. Hoy son 8 o 9 horas de carretera convencional. Con carriles autónomos a 250 km/h, serían menos de 3 horas. Menos tiempo del que hoy te toma cruzar la Ciudad de México un viernes por la tarde.
Guadalajara–Morelia: 45 minutos.
Morelia–CDMX: 1 hora 20 minutos.
Tijuana–Cancún: de día completo a medio día.
México se comprime. No geográficamente: ontológicamente. La distancia deja de ser frontera mental.
Reivindicar el tiempo
(o por qué el tren también puede ser desperdicio)
Hay algo más profundo que los números de eficiencia no capturan.
Todos hemos visto esos videos de trenes japoneses impecables donde cada pasajero está absorto en su pantalla. Silencio absoluto. Eficiencia máxima. Aislamiento total.
¿Es eso realmente a lo que aspiramos?
Sí, puedes leer, estudiar o trabajar en un tren. Pero sigues viajando dentro de una caja de metal con decenas o cientos de personas con las que, estadísticamente, nunca intercambiarás palabra. El tren te transporta, pero no necesariamente te conecta.
Imagina en cambio esto: subes a una combi autónoma de 10 personas. El sistema ha optimizado la ruta para compartir viaje con gente en direcciones similares. Una pantalla sugiere —sin obligar— un tema de conversación: “¿Qué proyectos estás desarrollando este mes?”
Tal vez empiezas a platicar. Descubres que una persona trabaja en marketing digital, otra en manufactura sustentable, otra está escribiendo una novela. Tu traslado diario se convierte en networking orgánico. Esos 40 minutos dejan de ser tiempo muerto y se vuelven construcción de comunidad.
No todos los viajes serán conversaciones memorables —sería ingenuo esperarlo—, pero basta con que algunos lo sean para cambiar la naturaleza del traslado. De obligación a oportunidad. De aislamiento a tejido social.
Llegas a casa conociendo a tus amigos de traslado. A posibles colaboradores. A familia adoptada.
Esto difícilmente ocurre en un vagón de tren con 200 personas. Pero sí puede ocurrir en vehículos de escala humana, diseñados tanto para movilidad como para encuentro.
La pregunta que nadie hace: ¿quién lo opera?
Aquí es donde la mayoría de las visiones colapsan. Porque podemos imaginar la infraestructura más brillante del mundo, pero si la operan las mismas estructuras extractivas de siempre —empresas privadas maximizando utilidades para accionistas, o monopolios gubernamentales volviéndose burocracias inertes—, terminaremos igual o peor que hoy.
Necesitamos una nueva figura institucional. Algo que México todavía no tiene, pero podría crear.
Yo la llamo Sociedad de Propósito Colectivo (SPC).
¿Qué es? Una evolución de las Asociaciones Civiles, pero con capacidad operativa real para gestionar infraestructura a escala. No es una AC tradicional (que suele carecer de músculo económico), ni una cooperativa (que prioriza a sus miembros sobre el bien común), ni una empresa social (que al final opera bajo lógicas de mercado convencional). Es una tercera vía institucional con características fundacionales como estas:
- No tienen propósito de lucro extractivo. Pueden generar utilidades, pero con topes definidos y obligación de reinversión en el sistema.
- Son auditables públicamente: contabilidad abierta en tiempo real, con cada peso rastreable en un registro público.
- Compiten entre sí: múltiples SPC licitan por los mismos proyectos; ninguna tiene monopolio territorial garantizado.
- Están obligadas a compartir mejores prácticas: innovaciones en eficiencia, seguridad o costo se publican para que otras SPC puedan adoptarlas.
- Reciben preferencia legal en licitaciones sobre empresas privadas tradicionales, siempre que cumplan estándares estrictos de transparencia y desempeño.
Es capitalismo sin capitalistas. Es mercado sin extracción.
Las SPC competirían en ejecución —en quién implementa mejor lo que todos saben—, no en secreto ni en acumulación de ventajas informativas. Si una SPC desarrolla un método más económico de balizaje, está obligada a publicarlo. Otra lo adopta y mejora. Una tercera lo optimiza todavía más.
El sistema aprende. Evoluciona. Promete hacia el colectivo, no hacia accionistas.
Porque no podemos seguir invirtiendo miles de millones en infraestructura que termina en manos de concesionarios privados con peajes extractivos. Necesitamos proyectos colectivos con tecnología e innovación, gestionados por asociaciones que compitan por servir mejor, no por extraer más.
Ahora bien, seamos claros: esto exigiría reformas constitucionales y legales profundas. No propongo un ajuste administrativo. Propongo crear una nueva categoría jurídica en el derecho mexicano, con salvaguardas anticorrupción estructurales, mecanismos de rendición de cuentas ciudadana e incompatibilidades políticas explícitas (quien dirige una SPC no puede, por ejemplo, ocupar cargo público después).
Es ingeniería institucional compleja. Pero posible.
Por qué esto no es utopismo ingenuo
Sé lo que estás pensando: “Suena bonito, pero nunca funcionaría en México. Se corrompería. Se volvería otro elefante blanco.”
Y tienes razón de dudar. México está lleno de proyectos bien intencionados que terminaron capturados por intereses, burocratizados hasta la parálisis o simplemente saqueados.
Pero hay, al menos, tres razones estructurales por las que esto podría ser diferente:
- No es un monopolio.
CFE y Pemex fallan porque no tienen presión adaptativa. No enfrentan consecuencias reales por mediocridad o corrupción. Aquí, si una SPC se corrompe o es ineficiente, pierde contratos. Otras la desplazan. El sistema genera sus propios anticuerpos institucionales. - Es auditable por diseño, no por excepción.
No es “transparencia” como barniz cosmético aplicado después. Es registro público de cada operación financiera. Gobernanza híbrida con representantes ciudadanos. Incompatibilidad estructural entre dirigir una SPC y construir una carrera política después. Son salvaguardas en el código genético institucional, no apelaciones a la buena voluntad. - Empieza pequeño y escala por evidencia.
No se decreta esto nacionalmente de golpe. Se hace un piloto: Morelia–Pátzcuaro. 50 kilómetros. Tres SPC compitiendo. Dos años de operación. Evaluación pública rigurosa de costos, transparencia, adopción ciudadana e innovaciones generadas. Si funciona, se escala. Si no, se corrige o se cancela sin comprometer el erario completo.
Es ingeniería institucional basada en evidencia, no en wishful thinking.
El futuro que podríamos elegir
Regreso a mi colaborador en Tesistán.
En el México de hoy, vivir ahí significa dos horas de ida y dos de vuelta en transporte público deficiente. Significa perderse eventos familiares, oportunidades laborales, vida social. Significa que la geografía sigue siendo destino.
En el México que podríamos construir, vivir en Tesistán significaría subirte a un vehículo autónomo compartido que te recoge en tu calle, se incorpora a un carril de alta velocidad y te deja en tu trabajo en 35 minutos. Sin congestión. Sin estrés. Operado por una SPC que compite de forma transparente por ofrecer el mejor servicio al menor costo social.
Y en ese trayecto, tal vez conoces a quien se convertirá en tu socio. En tu amigo. En tu colaborador en un proyecto que aún no imaginas.
O tal vez ese fin de semana decides visitar a tu familia en Monterrey. Subes a tu propio auto certificado, te conectas al carril autónomo, pones tu música favorita y, tres horas después, estás abrazando a tu madre. Menos tiempo del que hoy te toma cruzar la Ciudad de México en hora pico.
La tecnología existe. China ya está piloteando versiones de este futuro. Los números muestran que puede ser más eficiente que lo que estamos construyendo. Lo único que falta es la voluntad de imaginar distinto.
La valentía de decir: “El tren fue una solución brillante para el siglo XIX. Pero el siglo XXI necesita micelios, no rieles. Necesita diversidad de vehículos, no uniformidad férrea. Necesita interconexión verdadera, no solo corredores privilegiados entre nodos predefinidos.”
Notas Finales:
Este texto no es un plan de gobierno listo para implementar. Es una provocación filosófica con implicaciones prácticas. Es una invitación a pensar en propositivismo aplicado: en cómo las estructuras que creamos pueden prometer hacia el colectivo en lugar de extraer de él. En cómo la tecnología puede servir a la reciprocidad, no solo a la acumulación. En cómo competencia y cooperación dejan de ser opuestos cuando diseñamos bien las reglas institucionales. Porque, al final, la pregunta no es solo cómo movemos cuerpos eficientemente de un punto A a un punto B. La preguntas que debemos contestarnos son:
- ¿Qué tipo de país queremos ser? ¿Uno donde “vivir lejos” es una condena permanente?
- ¿O uno donde la distancia dejó de determinar la dignidad?
- ¿Uno que copia soluciones del siglo pasado? ¿O uno que se atreve a imaginar futuros que ni siquiera China ha construido por completo todavía?
- ¿Uno donde nuestros traslados son tiempo muerto frente a pantallas? ¿O uno donde cada viaje puede ser oportunidad de tejer comunidad?
- ¿Uno donde la infraestructura pública discrimina sistemáticamente contra la autonomía individual? ¿O uno donde lo colectivo y lo personal se potencian mutuamente?
El micelio no pregunta permiso para crecer. Solo necesita el sustrato adecuado….. Tal vez es momento de preparar el suelo.


Deja una respuesta