El Paracaídas Humano

Lo más peligroso del futuro no es lo que no sabemos, sino lo que creemos imposible de sentir.
Porque hay emociones que aún no hemos vivido y que, sin embargo, marcarán nuestra historia.

Hoy tememos a la inteligencia artificial. La criticamos, la observamos con desconfianza, y en nuestra mente el catálogo de riesgos parece interminable. El miedo nos susurra que es mejor frenar, que no es prudente avanzar. Pero al escuchar solo esa voz, dejamos de ver el otro lado: el océano de posibilidades que se nos escapa entre los dedos.

Nuestro trabajo no es huir de esos riesgos. Es medirlos, reducirlos y, paradójicamente, usar la misma IA para evitarlos. Si le damos un propósito claro, se convierte en mucho más que una brújula: es un GPS con simulador, capaz de predecir tormentas antes de zarpar. Así podemos practicar sin que duela, fallar en escenarios ficticios, y cuando llegue el momento de lanzarnos, volar más alto y caer menos.

Pero aquí aparece una ironía: el miedo que hoy tenemos a la IA puede convertirse mañana en un miedo mayor… a perderla. Así como en Her, cuando por unos minutos el sistema dejó de funcionar y el protagonista sintió que el mundo se le escapaba. Entre más dependamos de esta base tecnológica, más duele imaginar el vacío que dejaría su ausencia.

Imaginemos una mañana en la que la IA más avanzada para realizar la cirugía de un ser querido no esté disponible porque un pulso electromagnético destruyó los sistemas. El peligro de volar alto es que la caída duele. No nos mata, pero nos obliga a empezar desde cero. Y no siempre estamos preparados para recordar cómo se empieza.

Todo nuestro conocimiento podría quedar suspendido allá arriba, en nubes digitales, mientras generaciones enteras vuelven a preguntarse cómo hacer ecuaciones que ya nadie sabe resolver. La dependencia no es solo un asunto técnico: es un asunto existencial.

Por eso, el ser humano debe crear siempre un paracaídas. Un plan que combine tecnología y resiliencia humana. Un sistema de respaldo que no dependa de un único pilar, que conserve nuestras habilidades esenciales, que eduque para no olvidar cómo construir desde lo básico.

Porque la medida del ser humano no puede estar únicamente en su capacidad tecnológica, sino en lo que queda cuando no la tiene. Como aquella frase que dice que la verdadera belleza de una persona se revela en una habitación sin luz: ahí donde no cuentan el rostro ni el físico, sino las virtudes, los valores y el corazón.

El futuro no está solo en aprender a volar.
El futuro está en garantizar que, si caemos, lo hagamos sobre un suelo fértil, con la memoria intacta y la voluntad de volver a levantarnos.

https://www.facebook.com/reel/1850414219069559

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *