Por el derecho a construir propósito compartido
Lo que nos conecta no debería ser el dinero.
El dinero construye muros. Clasifica. Separa. Aísla.
Y aunque circula, no vincula.
En cambio, nuestras diferencias… sí.
Es nuestra diversidad —cultural, emocional, filosófica—
la que tiene el potencial de unirnos,
como ramas distintas que, sin saberlo,
comparten un mismo tronco.
Ese tronco es el propósito colectivo.
Y aunque no todos llegamos por la misma rama,
sí todos podemos sostenernos desde él.
Cada hoja es una voz.
Cada ramificación es una historia.
Y entre más hojas tenga este árbol,
más energía circulará,
más sombra compartiremos,
más vida brotará.
Pero el tronco necesita una corteza.
Esa corteza son los sistemas organizacionales que diseñamos.
Sistemas que mutan, que se reinventan,
que no olvidan las cicatrices del tiempo:
la explotación del capitalismo,
las tensiones del socialismo,
las utopías fallidas y las esperanzas futuras.
Todos son anillos en la memoria del tronco.
Pero ninguno es su esencia.
Nuestra esencia es el propósito que compartimos.
Y por eso necesitamos espacios seguros donde encontrarnos:
No para comprar favores,
sino para sembrar ideas.
No para negociar poder,
sino para conspirar futuro.
Tantuyo es ese bosque.
Esas raíces.
Ese intento colectivo de mostrar
que se puede construir desde el bien común,
con ramas distintas,
pero con una sola dirección:
crecer hacia la luz.
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